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¿Quién se atreve a hacer un retrato gráfico de Eduardo Muriel según la descripción que el autor hace del personaje?

 

Eduardo Muriel tenía un bigote fino, como si se lo hubiera dejado crecer cuando el actor Errol Flynn era un modelo y luego se le hubiera olvidado enmendarlo o espesarlo, uno de esos hombres de costumbres fijas en lo relativo a su aspecto, de los que no se enteran de que pasa el tiempo y las modas cambian ni de que van envejeciendo […] Era alto, bastante más que la media de sus compañeros de generación, la siguiente a la de mi padre, si es que no aún la misma. Se lo veía fuerte y estilizado por eso, al primer golpe de vista, aunque su figura no resultaba varonil ortodoxa: era algo estrecho de hombros para su estatura, lo cual hacía parecer que el abdomen se le ensanchaba pese a no sufrir gordura alguna en esa zona, ni impropias caderas protuberantes, y de allí le surgían unas piernas muy largas que no sabía colocar cuando estaba sentado […] Tenía una nariz muy recta, sin asomo de curvatura pese a su buen tamaño, y en el cabello tupido, peinado a raya con agua como seguramente se lo había peinado desde niño su madre, le brillaban algunas canas dispersas por el dominante castaño oscuro. El bigote fino atenuaba poco lo espontáneo y luminoso y juvenil de su sonrisa. Se esforzaba por refrenarla o guardarla, no lo conseguía a menudo, había un fondo de jovialidad en su carácter, o un pasado que sumergía son que hubiera que lanzar la sonda a grandes profundidades.

[…] Pero lo más llamativo para quien lo veía por primera vez en persona, o en una foto frontal de prensa, muy escasas, era el parche que lucía sobre el ojo derecho, un parche de tuerto de lo más clásico, teatral o aun peliculero, negro y abultado y bien ceñido por una fina goma elástica de igual color que le cruzaba en diagonal la frente y se ajustaba bajo el lóbulo de la oreja izquierda.

[…] Y si eso llamaba la atención inevitablemente, no menos atraía el ojo útil y al descubierto, el izquierdo, de un azul oscuro e intenso, como de mar vespertino o casi ya anochecido y que, por ser sólo uno, parecía captarlo todo y darse cuenta de todo, como si se hubieran concentrado en él las facultades propias y las del otro invisible y ciego, o la naturaleza hubiera querido compensarlo con un suplemento de penetración por la pérdida de su pareja.

                                    Así empieza lo malo, Javier Marías

 

 

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